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Es verdaderamente inaudito que a esta altura del siglo xxi se ponga en duda el hecho de la vida humana en el seno materno y, por ende, se niegue la equiparación de ese ser con el resto de las personas y, consecuentemente, se le niegue el derecho a la vida, el primero y más fundamental de los derechos individuales inscripto en todas las normas de convivencia civilizada.
Debo reiterar parte de lo que he apuntado antes sobre la materia. Antiguamente no se establecía conexión causal entre el acto sexual y la procreación. Actualmente, la microbiología muestra que desde el instante en el que el óvulo es fecundado hay una célula única, distinta del padre y la madre, un embrión humano que contiene la totalidad de la información genética (ADN o ácido desoxirribonucleico). Una persona que tiene la carga genética completa, una persona en acto que está en potencia de desarrollar sus características futuras, del mismo modo que el adolescente es una persona en acto y en potencia de ser eventualmente anciano.
En el momento de la fusión de los gametos masculino y femenino -que aportan respectivamente 23 cromosomas cada uno- se forma una nueva célula compuesta por 46 cromosomas que, como queda dicho, contiene la totalidad de las características del ser humano.
Solo en base a un inadmisible acto de fe en la magia más rudimentaria puede sostenerse que diez minutos después del nacimiento estamos frente a un ser humano pero no diez minutos antes. Como si antes del alumbramiento se tratara de un vegetal o un mineral que cambia súbitamente de naturaleza. Quienes mantienen que en el seno materno no se trataría de un humano del mismo modo que una semilla no es un árbol, confunden aspectos cruciales. La semilla pertenece en acto a la especie vegetal y está en potencia de ser árbol, del mismo modo que el feto pertenece en acto a la especie humana en potencia de ser adulto. Todos estamos en potencia de otras características psíquicas y físicas, de lo cual no se desprende que por el hecho de que transcurra el tiempo mutemos de naturaleza, de género o de especie.
De Mendel a la fecha, la genética ha avanzado mucho. Luis F. Leujone, el célebre profesor de genética en La Sorbonne escribe que “Aceptar el hecho de que con la fecundación comienza la vida de un nuevo ser humano no es ya materia opinable. La condición humana de un nuevo ser desde su concepción hasta el final de sus días no es una afirmación metafísica, es una sencilla evidencia experimental”.
La evolución del conocimiento está inserta en la evolución cultural y, por ende, de fronteras móviles en el que no hay límite para la expansión de la conciencia moral. Como ha señalado Durant, constituyó un adelanto que los conquistadores hicieran esclavos a los conquistados en lugar de achurarlos. Más adelante quedó patente que las mujeres y los negros eran seres humanos que se les debía el mismo respeto que a otros de su especie. Hoy en día los llamados abortistas, en una macabra demostración de regresión a las cavernas, volviéndole la espalda a los conocimientos disponibles más elementales y encubriendo las contradicciones más groseras, mantienen que el feto no es humano y, por tanto, se lo puede descuartizar y exterminar en el seno materno.
Bien ha dicho Julián Marías que este brutal atropello es más grave que el que cometían los sicarios del régimen nazi, quienes con su mente asesina sostenían que los judíos eran enemigos de la humanidad. En el caso de los abortistas, no sostienen que aquellos seres inocentes e indefensos son enemigos de alguien. Marías denomina al aborto “el síndrome Polonio” para subrayar el acto cobarde de liquidar a quien -igual que en Hamlet– se encuentra en manifiesta inferioridad de condiciones para defenderse de su agresor.
La secuencia embrión-mórula-balstoncito-feto-bebe-niño-adolecente-adulto-anciano no cambia la naturaleza del ser humano. La implantación en la pared uterina (anidación) no implica un cambio en la especie, lo cual, como señala Ángel S. Ruiz en su obra sobre genética “no añade nada a la programación de esa persona” y dice que sostener que recién ahí comienza la vida humana constituye “una arbitrariedad incompatible con los conocimientos de neurobiología”. La fecundación extracorpórea y el embarazo extrauterino subrayan este aserto.
Se ha dicho que la madre es dueña de su cuerpo, lo cual es del todo cierto pero no es dueña del cuerpo de otro. Se ha dicho que el feto es “inviable” y dependiente de la madre, lo cual es también cierto, del mismo modo que lo son los inválidos, los ancianos y los bebes recién nacidos, de lo cual no se sigue que se los pueda exterminar impunemente. Lo mismo puede decirse de supuestas malformaciones: justificar la matanzas de fetos justificaría la liquidación de sordos, mudos e inválidos. Se ha dicho que la violación justifica el mal llamado aborto, pero un acto monstruoso como la violación no justifica otro acto monstruoso como el asesinato. Se ha dicho, por último, que la legalización del aborto evitaría las internaciones clandestinas y antihigiénicas que muchas veces terminan con la vida de la madre, como si los homicidios legales y profilácticos modificaran la naturaleza del acto.
Entonces, en rigor no se trata de aborto sino de homicidio en el seno materno, puesto que abortar significa interrumpir algo que iba a ser pero que no fue, del mismo modo que cuando se aborta una revolución quiere decir que no tuvo lugar. De más está decir que no estamos aludiendo a las interrupciones naturales o accidentales sino a un exterminio voluntario, deliberado y provocado.
Tampoco se trata en absoluto de homicidio si el obstetra llega a la conclusión -nada frecuente en la medicina moderna- que el caso requiere una intervención quirúrgica de tal magnitud que debe elegirse entre la vida de la madre o la del hijo. En caso de salvar uno de los dos, muere el otro como consecuencia no querida, del mismo modo que si hay dos personas ahogándose y solo hay tiempo de salvar una, en modo alguno puede concluirse que se mató a la otra.
Se suelen alegar razones pecuniarias para abortar, el hijo siempre puede darse en adopción pero no matarlo por razones crematísticas, porque como se ha hecho notar con sarcasmo macabro, en su caso “para eso es mejor matar al hijo mayor ya que engulle más alimentos”.
Es increíble que aquellos que vociferan a favor de los “derechos humanos” (una grosera redundancia ya que los vegetales, minerales y animales no son sujetos de derecho) se rasgan las vestiduras por la extinción de ciertas especies no humanas pero son partidarias del homicidio de humanos en el seno materno. La carnicería que se sucede bajo el rótulo de “aborto” constituye una enormidad, la burla más soez a la razón y al significado más elemental de la civilización.
La lucha contra este parricidio en gran escala reviste mucha mayor importancia que la lucha contra la esclavitud, porque por lo menos en este caso espantoso hay siempre la esperanza de un Espartaco exitoso, mientras que en el homicidio no hay posibilidad de revertir la situación.
Estremecen las historias en donde por muy diversos motivos y circunstancias hubo la intención directa o indirecta de abortar a quienes luego fueron, por ejemplo, Juan Pablo II, Andrea Bocelli, Steve Jobs, Cristiano Ronaldo, Celine Dion, Jack Nicholson y Beethoven. Por supuesto que no es necesario de que se trate de famosos para horrorizarse frente al crimen comentado. Todos los seres humanos son únicos e irrepetibles en toda la historia de la humanidad. Cada uno posee un valor extraordinario y no puede ser tratado como medio para los fines de otros puesto que es un fin en si mismo.
Lo dicho es la razón por la que en las normas de países civilizados se destaca el derecho a la vida de las personas en el seno materno y desde la concepción. El eminente constitucionalista Gregorio Badeni ha enfatizado este punto en el ilustrativo caso argentino. Así explica Badeni los siguientes seis puntos. Primero, el autor del Código Civil de 1871, Dalmasio Vélez Sarfield, apunta en su nota al artículo 63 que “las personas por nacer no son personas futuras pues ya existen en el seno materno”. Segundo, el artículo 70 de ese código “establece que la vida de las personas comienza desde su concepción”. Tercero, el artículo 75, inciso 23, de la Constitución argentina “impone la protección de la niñez desde el embarazo”. Cuarto, el artículo 4 inciso primero de la Convención Americana “citada en el artículo 75 inciso 22 de nuestra Ley Fundamental, y que tiene jerarquía superior a las de las leyes del Congreso, prescribe que el derecho a la vida está protegido desde la concepción”. Quinto, la ley 23.849 “establece, con relación a la Convención sobre los Derechos del Niño, que en la Argentina reviste ese carácter toda persona desde su concepción y hasta los 18 años de edad”. Y sexto, el Código Penal establece “entre los delitos contra la vida (artículos 85 a 88), sanciona a quien cause un aborto con dolo o culpa, a los médicos, parteras y farmacéuticos que provoquen o cooperen en causar un aborto y a la propia madre que produzca o consienta su propio aborto. La pena prevista, considerando las circunstancias agravantes de cada caso, es la prisión de 6 meses a 15 años”. Concluye Badeni en su escrito de 2001 que “para la legislación argentina, la vida de las personas comienza antes de su nacimiento y el aborto es un homicidio”.
En estos contextos debe tenerse muy presente la indispensable responsabilidad que es perentorio que asuma cada cual al mantener relaciones sexuales y no solo vinculado al importante tema matrimonial. Hay infinidad de métodos que evitan el embarazo, no es cuestión de tomar el asunto frívolamente y luego arremeter contra una vida. Va de suyo que este comentario sobre la responsabilidad individual no se aplica al caso espantoso y repugnante de la violación sobre lo que ya nos pronunciamos más arriba o, en línea equivalente, la aberración indescriptible del incesto forzoso, pero en las relaciones voluntarias se comprueba una enorme dosis de irresponsabilidad y cinismo superlativo.
Para cerrar esta nota periodística, es pertinente subrayar que, tal como escribe Niceto Blázquez -doctor en filosofía y en psicología médica- “la escalada mundial del aborto legalizado es un fenómeno extraño de última hora, más o menos desde la segunda guerra mundial en adelante para los países social-comunistas y sus satélites” y se detiene a considerar muchos casos históricos de sociedades consideradas “primitivas” que castigaban lo que se denomina aborto en la parla convencional, comenzando desde el Código de Hammurabi más de mil setecientos años antes de Cristo. Marcamos al abrir esta nota que en la antigüedad no había necesariamente noción del nexo causal entre el vínculo sexual y la aparición de la prole, pero si había clara idea de la vida en el seno materno, de allí la tendencia a los castigos y reprimendas a los que atentaban contra esas vidas. Ahora la “modernidad” en gran medida se inclina por arrojar al basurero a seres humanos indefensos. Es de desear que esto cambie radicalmente puesto que remite a las bases más elementales de la sociedad civilizada.
Creo que acá se confunde lo biológico con lo jurídico-legal. Una cosa es la especie y otra cosa son los derechos. Yo no veo por qué los derechos deban ir asociados a la especie a que se pertenece. Los derechos bien pueden ser un tema aparte. Además, los derechos no necesariamente se deben tener desde el momento en que se existe, éstos pueden ser adquiridos. Ejemplos de ésto hay muchos, incluyendo los ordenamientos legales de la sociedad Amish e incluso islandesa medieval, entre muchas otras, donde el status de persona legal (sujeto de derecho) se obtiene mediante un proceso y rituales, por ejemplo de mayoría de edad, y se puede perder, por ejemplo por no acatar la sentencia de un tribunal. Que un feto humano es humano es algo obvio, innegable, como se ha expuesto acá. Pero no veo por qué si o sí eso debe implicar derechos. El arreglo puede ser diferente de eso. De hecho, ligar el status de sujeto de derechos a la pertenencia a una especie o subespecie particular me parece poco práctico y arbitrario. Eso ya cuestiona una parte importante del argumento dado acá. Un ejercicio mental simple ilustra mi punto: digamos que comenzamos a colonizar Marte (el planeta), y nos topamos con que existe una especie de seres (marcianos) inteligentes al nivel humano, viviendo allí en algunos lugares. Digamos que se logra establecer comunicación con ellos y no hay animosidad. ¿Los consideramos sujetos de derecho? ¿Bajo qué argumento, si no son humanos? La pregunta de fondo es ésta: ¿En qué punto un ser pasa a ser sujeto de derecho, humano o no? Claramente esta pregunta no admite como respuesta “basta con que sea humano, con que su biología sea de tal o cual modo”, a menos que se considere correcto excluír a todo ser inteligente no-humano de ser sujeto de derecho.
Ojo que acá no estoy hablando de aborto realmente, aunque el tema tiene implicancias en ese asunto.
Dusan: excelente planteo.
Yo ya conocía esta lúcida posición de Benegas Linch con respecto al crimen del aborto. Lamentablemente muchos liberales no lo ven así, y paradojalmente nuestra lucha por la libertad debería comenzar por defender al ser mas indefenso y desamparado de los seres humanos que es el embrión en el seno materno. Yo suelo proponer a los abortistas que se hagan esta pregunta y se la respondan con honestidad: “¿Le estoy agradecido a mi madre porque respetó mi derecho a la vida y no me abortó? ¿Estamos todos agradecidos a las madres de Einstein, Beethoven, Mises, Teresa de Calcuta, Borges y tantos otros grandes de la humanidad no los hayan abortado?” Felicitaciones al doctor Alberto Benegas Linch por tan clara y valiente exposición.
Disculpe, Enrique, pero ese es un argumento tonto, de hecho es una falacia lógica llamada “apelación a la emoción”. No porque esté agradecido de que alguien me regaló un automóvil significa que yo tenga derecho a que me regalen automóviles. El estar o no agradecido no sirve de justificación por una u otra cosa.
Por otro lado, el argumento de Einstein o Beethoven es además un ejemplo de la falacia del cristal roto ¿Cómo sabes si los recursos que se consumieron para proveer de subsistencia al personaje de tu elección no habrían sido utilizados para proveer de subsistencia a otra persona que podría haber llegado a ser aún más productiva o influyente?
No sólo eso, sino que solapadamente introduce la ridícula idea de que los padres deben estar obligados a mantener a un hijo (e incluso a procrear, al más estilo Opus Dei), porque existe la “potencialidad” de que así se produzca a un Einstein o a un Beethoven, sin que los padres tengan derecho a decidir nada en el asunto, lo que básicamente significa que son esclavos de “la sociedad” o como se le quiera llamar al ente que coactivamente fuerza tal cosa.
Estoy de acuerdo en muchas cosas, ni estoy diciendo que esté bien (o necesariamente mal) que alguien aborte. Ideal sería que nadie recurriera al aborto. Pero si vamos a defender algo, hagámoslo con argumentos coherentes e inteligentes, no con falacias.
Después de leer con dificultad tu irrespetuoso comentario veo sobre el final de tan arduo rejunte de palabras que en realidad no estás a favor del aborto, estás en contra de mis argumentos para defender la vida, porque, según tu criterio, mis argumentos no son equivocados, son tontos y necios. Sinceramente, además de ser un maleducado sos bastante incoherente. Primero, deberías aprender a polemizar con estilo y elegancia; y después, a no hablar si no tenés nada que decir.
Expliqué porqué los encuentro tontos: porque son falacias. Al menos podrían haber sido argumentos interesantes, pero no. Como dije, si se va a defender una u otra posición, que sea con argumentos válidos o interesantes, no con apelaciones a la emoción ni otras falacias lógicas básicas. Esas cosas dejémoselas a los políticos para sus campañas.
Me gustan los artículos de Benegas Lynch pero no éste, donde –en lugar de argumentar con la razón en favor de las libertades personales– argumenta con un dogma en favor de restringir esas mismas libertades porque a él no le gustan. Tampoco me gusta porque falacias, errores y adjetivos emocionales han reemplazado al argumento racional. Benegas da por sentado lo que deberá demostrar luego. Se demora en detalles técnicos que no están en discusión, para incorporar el lexico metafísico de “acto” y “potencia”, que traiciona la weltanschaaung implícita en el artículo: el hombre es especial porque tiene un alma y el aborto está mal porque la Iglesia Católica lo condena.
Caprichosamente, Benegas atribuye al pensamiento secular la idea de que tras el nacimiento tenemos
un ser humano pero no diez minutos antes; que en el nacimiento hay un cambio de “naturaleza”. En realidad, la noción metafísica de cambio de naturaleza es propia de una doctrina que cree en la transubstanciación; el pensamiento evolucionista no cree en las transiciones bruscas, incluida la de no-hombre a hombre.
Supongo que con “Luis F. Leujone, profesor de genética en La Sorbonne” el autor quiso referirse al genetista Jérôme Lejeune, adalid del antiaborto, otro católico declarado, primer presidente de la Academia Pontificia por la Vida y miembro de la Asociación de Profesionales e Investigadores por la Vida. Debo responder a Lejeune y a Benegas Lynch que “la condición humana de un nuevo ser desde su concepción” no está en duda. Nadie discute que un feto humano es humano, en el sentido de que no pertenece a otro mamífero. Sin embargo, una oreja humana es, tautológicamente, humana, pero a nadie se le ocurriría sostener que una oreja humana es un ser humano, o que la huella de un pie humano (evidentemente humana) es un ser humano. “… [S]er humano es todo individuo que ha nacido de padres humanos”, se argumenta en la web ACFilosofía, donde se agrega que “… ser humano es un concepto biológico: somos humanos por una simple razón genética. Hemos nacido humanos…”. Y la concepto de persona requiere, además del requisito de haber nacido, el ser lo que Kant llama agente racional y moral (o Boecio “sustancia individual de naturaleza racional”). Un feto no llena ninguno de estos requisitos. (Naturalmente, todas estas definiciones son juegos verbales, y las incluyo sólo para demostrar que a las acrobacias de Benegas alrededor de “humano”, “ser humano” y “persona” se pueden oponer otras.)
Por su incapacidad para sobrevivir por sí solos, Benegas equipara el feto a los inválidos, los ancianos y los bebes, y argumenta que si no se puede matar a éstos, tampoco se podría matar a un feto. Con habilidad y sarcasmo, opina que si la justificación para el aborto es económica sería “mejor matar al hijo mayor ya que engulle más alimentos”. Debo responder, Dr. Benegas, que el hijo mayor, el inválido, el anciano y el bebé ya han nacido, son seres humanos, están fisiológicamente completos y en general son personas racionales. No simule que no advierte la diferencia.
Como el mejor de los políticos, Benegas reemplaza argumentos con frondosos calificativos. Los defensores de los derechos humanos “vociferan”, “se rasgan las vestiduras” e incurren en “grosera redundancia” y en las “contradicciones más groseras”. El aborto es “una carnicería”, “la burla más soez a la razón… y a la civilización”, “parricidio en gran escala”, “caso espantoso”, “crimen que horroriza”; “verdaderamente inaudito”; “acto cobarde”, “ acto monstruoso”, “matanza de fetos”; “exterminio impune”, “homicidio de humanos”, “exterminio voluntario, deliberado y provocado”, “macabra demostración de regresión a las cavernas”, “descuartizamiento y exterminio en el seno materno”. Es “arrojar al basurero a seres humanos indefensos” y quienes postulan esos horrores son los “llamados abortistas”. Aquí, los desbordes verbales conspiran contra la reflexión.
Más que emociones desbocadas conviene recurrir a datos concretos. Un feto de 12 semanas –límite aconsejable para un aborto– se compone de unos 50 mil millones de células, igual que una rata adulta. Ese feto es de tamaño inferior a una mandarina y de la misma complejidad de un feto de chimpancé. Benegas sostiene correctamente que un ser humano “no puede ser tratado como medio para los fines de otros”; el problema consiste en decidir si esas células –700 veces menos que las necesarias para funcionar como humano adulto– deben o pueden ser consideradas un ser humano. Pero para los católicos la respuesta no tiene que ver con la ciencia ni con la moral. Es un simple dogma: el alma humana entra al cuerpo desde la concepción, punto. Mala suerte; si, en cambio, la Iglesia hubiese optado por el mito musulmán de que el alma entra al cuerpo a los 120 días de la concepción no tendríamos este tenaz debate.
Otro dato también concreto: el fallo Roe v. Wade (la legalización del aborto) quince años después frenó el crecimiento de la delincuencia en Estados Unidos. Menos hijos no deseados, menos asilos, menos jóvenes criminales. (Cf. Levitt & Dubner: Freakonomics, NY, 2005)
Al hecho de que la legalización del aborto reduce grandemente la muerte de las madres Benegas opone una conclusión de fría lógica formal: que “los homicidios legales y profilácticos” (tiene un don para los calificativos) no modifican la naturaleza del acto. No puede importarle mucho la vida de la madre porque su filosofía lo llevará a ver que quien intenta un aborto no es una mujer desesperada sino una asesina, que debe ser detenida a toda costa. Llevar esto al extremo justificaría ejecutar a las madres abortistas o bombardear las clínicas de abortos, práctica incoherente en defensores de la vida, ya que en esos atentados no mueren sólo las futuras “madres asesinas” sino también los fetos en sus vientres.
Cayendo por debajo de su usual alto nivel, Benegas recurre al remanido ejemplo de los hipotéticos abortos de futuras grandes personalidades. Como tantos antes que él, olvida profetizar cuáles habrían sido las consecuencias si hubiesen abortado las madres de Hitler, Stalin, Mao Tse Tung, Pol Pot, Kim Il Sun o Atila. (Tampoco este argumento vale nada en un sentido o en otro, por supuesto.)
Benegas se apoya mal en el código civil y transforma en pronunciamientos ético-biológicos pro-vida de Vélez lo que son soluciones para problemas de identidad, derechos civiles y sucesorios de las personas por nacer. Menciona en su favor el derecho positivo argentino, cuando no es la actual norma positiva lo que discutimos sino la necesidad o viabilidad de su reforma.
Debo suponer que por descuido Benegas tergiversa la Convención Americana de Derechos Humanos de 1969 al sostener que ésta afirma que “el derecho a la vida está protegido desde la concepción”. Tal vez desconozca la Res. 23/81 de la Com. Interamer. de DDHH: “… Estados Unidos tiene razón en recusar la suposición… de que… la Declaración ha incorporado la noción de que el derecho a la vida existe desde el momento de la concepción. En realidad, la conferencia enfrentó esta cuestión y decidió no adoptar una redacción que hubiera claramente establecido ese principio.” Conciliando las posiciones de los Estados americanos que permitían el aborto (para salvar la vida de la madre, en caso de estupro y otros), por mayoría de votos la CIDH introdujo en el artículo sobre derecho a la vida las palabras “en general”, que Benegas omite.
Benegas pisa en firme cuando reclama responsabilidad sexual y recuerda que “hay infinidad de métodos que evitan el embarazo”. No menciona que su Iglesia se ha opuesto a los anticonceptivos, aun si evitan la propagación de enfermedades.
Benegas cita también a Julián Marías, otro católico practicante, participante del Concilio Vaticano II y miembro del Consejo Internacional Pontificio para la Cultura. Presenta a Niceto Blázquez como doctor en filosofía y en psicología médica sin aclarar que es un teólogo católico y mal indica que el Código de Hammurabi pena el aborto, cuando en verdad éste sólo dispone multas para violadores o golpeadores que causen un aborto, no el aborto en sí mismo o cuando fuese decidido por la madre.
Un detalle, Claudio. Tengo entendido que el estudio de Levitt, aunque muy interesante, ha sido puesto en duda. No estoy al tanto de una contrarrespuesta por parte de Levitt. Los análisis econométricos son siempre de tomar con pinzas y un grano de sal, porque los resultados pueden variar mucho dependiendo de la forma de hacer el análisis, los datos que se usen, y variados sesgos posibles (como de selección, etc.).